Sus paseos a pie por Roma para visitar a enfermos y ancianos
le valieron a Juan XXIII un cariñoso apodo: Johny Walker (Juanito el
caminante). Ése era uno de los puntos en común que tenía con la santa andariega
por excelencia, Teresa de Jesús, por quien sentía gran devoción y de quien
admiró su espíritu de oración y su apostolado renovador.
De hecho, en uno de sus viajes a España antes de ser papa, el cardenal Roncalli
visitó Ávila y Alba de Tormes, y le causó tal impacto que lo recordó varias
veces desde la Sede de Pedro.
La personalidad sencilla y campechana de Juan XXIII generó en torno a él un sin
fin de anécdotas en los años que ocupó la sede de Pedro. Una de ellas es que
sus paseos a pie por Roma para visitar a religiosos, enfermos y ancianos, le
valieron el mote de Johny Walker (Juanito el caminante), en un juego de
palabras entre su pequeña estatura y una conocida marca de whisky.
A él, sin embargo, parecía no importarle el apelativo, pues durante años se
mantuvo fiel a esa costumbre de salir del Vaticano para llevar a cabo su
personalísima forma de entender el apostolado, que, además, compartía con quien
fue una de sus referentes espirituales: santa Teresa de Jesús, la santa
andariega.
La devoción teresiana de Ángelo Roncalli se nutría de dos fuentes: su
admiración por la figura histórica, el espíritu de oración y el ardor renovador
que caracterizó a la mística doctora; y la sencillez y el celo misionero de
santa Teresita de Lisieux.
De hecho, si durante sus años de nuncio en París aprovechó para conocer en
persona el Carmelo teresiano de Lisieux, como Patriarca de Venecia y sólo
cuatro años antes de ser elegido papa, el cardenal Roncalli aprovechó un viaje
a España para visitar el Carmelo de Alba de Tormes -donde se venera el sepulcro
de la santa abulense- y entrar en la clausura carmelitana del monasterio de la
Encarnación, donde la santa pasó la mayor parte de su vida y donde tuvo algunas
de sus experiencias místicas más señaladas.
O padecer, o morir
Así, el 25 de julio de 1954, el patriarca de Venecia llegaba a Alba de Tormes
procedente de Santiago de Compostela, donde le recibió el entonces obispo de
Salamanca, monseñor Francisco Barbado.
El anfitrión le enseñó la catedral, la Casa de las Conchas y otros monumentos
salmantinos, y atendió a la petición del cardenal de visitar el Carmelo donde
se veneraba el sepulcro de la santa.
Pocas horas después, entraban en el convento de Alba de Tormes, donde firmó en
el libro de visitas de la sacristía con una idea teresiana que había hecho
suya: «Santa Teresa por amor de Jesús y de la santa Iglesia. O padecer, o
morir».
Aquella misma tarde, viajó hasta Ávila para visitar el monasterio de la
Encarnación. Para su sorpresa, el obispo de la diócesis, monseñor Moro Briz,
aunque estaba ausente, dispuso que pudiera entrar en la clausura del Carmelo,
orar ante el comulgatorio de Teresa, y conocer la parte del convento que se
mantenía igual que en los tiempos de la santa.
Las propias carmelitas le iban guiando: «Aquí vio el sapo... Aquí se le
apareció Cristo... Aquí vio el Ecce Homo...»
A la salida, Roncalli explicó a uno de sus acompañantes -el historiador José
Ignacio Tellechea, autor del libro Estuvo entre nosotros- el impacto que
le había producido el cuarto pequeño, cerrado y oscuro donde había tenido lugar
el luminoso suceso de la transverberación.
Años más tarde, y ya como papa, recordó ambas visitas hasta en 4 ocasiones, e
incluso en 1962 concedió un Año Santo en las dos localidades, con motivo del IV
centenario teresiano.
De hecho, tanto en la Carta de apertura del Año Santo, fechada el 16 de julio
de 1962, como en su discurso al Capítulo General de los carmelitas descalzos,
del 29 de abril de 1961, Juan XXIII resumió la vida de la santa y la historia
de la Orden con las 3 claves que él mismo aplicó para convocar el Concilio
Vaticano II: «Gratitud a Dios, por el camino recorrido (...); espíritu de
oración y la habitual amistad con el Dulce Huesped del alma (...); y un afán
misionero es la llama que arde en el corazón de Jesús y no cesa de encenderla
en todos los que pueden y deben comprender el valor del mandato de Cristo y el apremio
de su humilde Vicario: Id y anunciad a todos los pueblos». Un mandato que, como
se ve, no pasa de moda...
Por José Antonio Méndez
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega
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